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La responsabilidad del marido hacia Cristo y hacia su esposa.
¿Dónde estás tú?
Marcelo Díaz P.
¿Dónde estás tú?” ... Esta fue la primera pregunta que hizo Dios al hombre después de la caída. Hasta ese momento todo iba bien, pues la creación se ajustaba armoniosamente a lo ideado por Dios. El hombre y su mujer gozaban de un ambiente grato y tranquilo, especialmente preparado para que el hombre comiera del árbol de la Vida. Pero la tragedia ocurrió. Sin saber cómo, la mujer se vio involucrada en una engañosa conversación con la serpiente, la cual, con su astucia, logró introducir en la mente de la mujer la simiente de la duda, la codicia, la independencia y la incredulidad. Así comieron del árbol del cual se les había mandado abstenerse. En ese momento entró el pecado, y todo, absolutamente todo, fue trastocado. Todo cuanto existía comenzó a recibir un vuelco en su orden; el eslabón principal había sido alterado y todo comenzó a cambiar. ¡Qué pena, qué escena más triste! Con un solo bocado, toda la creación fue sujeta a la más extrema esclavitud (Ro. 8:20,21).
En medio de la confusión, dice la Escritura: “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estas tú?” (Gn. 3:9) ¿Acaso Dios no es omnisciente? ¿No sabía Dios dónde estaba escondido el hombre?... Por cierto que sí. Dios apelaba a la calidad de varón depositada en Adán. ¿Qué quiere decir esto? Que en ese momento Adán no estaba escondido entre los árboles del huerto, sino bajo el gobierno de su mujer. Puesto que posteriormente le dice: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa...” (Gn. 3:17). Adán no estaba siendo un verdadero varón.
La doble responsabilidad del varónEn el orden de Dios, el varón ocupa una ubicación de vital importancia. Cuando leemos detenidamente en las Escrituras que “Cristo es cabeza de todo varón y el varón cabeza de la mujer” (1Cor.11:3), nos damos cuenta de que la misma persona que tiene por cabeza a Cristo, es a la vez cabeza de la mujer. Por lo tanto, la trascendencia que esta ubicación tiene, es esencial. Es decir, se ubica entre Cristo y su esposa. No como una función mediadora, puesto que hay un solo mediador entre Dios y los hombres (1Tim.2:5), sino como autoridad. Así, el varón tiene una doble responsabilidad: primero, hacia su cabeza –Cristo–, y segundo, hacia su mujer, de quien es cabeza. ¡Qué maravilla, qué privilegio! Tener por cabeza a nuestro precioso Señor y ser cabeza de quien más se ama en la tierra. En relación a la primera responsabilidad, se requiere de una profunda dedicación a inquirir, conocer y obedecer a Cristo, el Señor. En la segunda situación, se requiere un esfuerzo por representar fielmente el deseo de quien es su cabeza. La relación con Cristo es eminentemente espiritual. A Cristo sólo se le ve con los ojos de la fe. Por lo tanto, la condición básica es desarrollar una sensibilidad espiritual para oír al Señor. La relación con la esposa es eminentemente concreta, por lo que se requiere de una capacidad para traducir lo trascendente de la vida de Cristo en elementos palpables y prácticos |
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